domingo, 5 de febrero de 2012

Ladran, luego cabalgamos

El río de la vida, con los años, me ha ido enseñando
a sortear las piedras que en sus aguas he ido encontrando.
Pero algunas no las veo, y me pegan en la cara;
y otras, a traición, me golpean por la espalda.
El río sigue el curso que imponen los de siempre;
y yo, como un pez vivo, nado contracorriente.
En este río contaminado lleno de peces muertos,
que me señalan con el dedo por decir lo que pienso.

Pero hemos seguido con la cabeza alta;
hemos seguido haciendo camino,
hemos seguido soportando mentiras,
hemos seguido escribiendo nuestro destino.
Como hienas, algunos esperan verte en el suelo derrotado,
hacer leña del árbol caído.
Son las miserias del corazón humano.
Pero nada me puede detener cuando creo en lo que estoy haciendo,
pero nada me puede ya parar y en este río lograr mis sueños.
Solo al final del río; solo al final del río, solo al final, al fundirse con el mar,
y entre el color plateado de las olas,
la muerte parte mi hora.

Pero aún quedan amigos por los que luchar,
donde el odio y la envidia no tienen cabida.
Pero aún quedan amigos, y estos son muchos más.
Y que los perros sigan ladrando bajo el eco de nuestro cabalgar.


Los Muertos de Cristo

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