domingo, 15 de julio de 2012

Juguemos en la orilla

Después de una semana de vacaciones te das cuenta de la realidad económica y social en España. Una vez sales de la monotonía del trabajo, te alejas de la prensa e Internet todo empieza a cobrar mucha menos importancia. Y es que el verano no siempre ha supuesto una buena noticia para el sector turístico, sino también para la clase política.

Hace unos días, cuando disfrutaba de dichas vacaciones, me dispuse a encender la televisión. En ella pude observar la decisión por parte del Gobierno de llevar a cabo los mayores recortes sociales de la historia de la democracia. Junto con ellos, fueron noticia las movilizaciones y los disturbios en la capital a los que acudieron un gran número de personas. Pero yo entonces decidí asomarme por la terraza, y cuál fue mi sorpresa cuando comprobé que había más gente en la playa disfrutando de un sol veraniego que gente en la manifestación de Madrid.

Ello me lleva a pensar que algo no cuadra, que los recortes no son tan duros para la población, y que esta no está lo suficientemente mal hasta el hecho de rebelarse contra el poder. Es una sensación que te desencanta hasta el punto de creer en la realidad probablemente más indolora que existiera, y esa es que nada parará los pies al Gobierno, y por consiguiente al Sistema. Primero lo piensas al ver que nadie protesta cuando el Estado atenta contra su nivel de vida; segundo porque, lejos de protestar, siguen utilizando las herramientas del mismo para, por ejemplo, disfrutar unas plácidas vacaciones playeras.


La conclusión es simple: nada es posible sin un pueblo entregado a la causa, lejos de contradicciones consumistas y, por tanto, también ideológicas. Así nunca se conseguirá (ni perseguirá) un deseo social de libertad frente al capital y sus decisiones. Las decisiones son nuestras, y nuestra la capacidad de cambiarlas. Nunca será tarde para ello... Al menos eso, ideológicamente hablando.
 

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