jueves, 13 de diciembre de 2012

Un mundo perfecto, pero peligroso

Últimamente me ha dado por copiar textos que leo por ahí, pero no por ello deja de estar justificado. Hace unos días comencé a leer un libro llamado Ecología y Lucha de Clases, de Josep Vicent Marqués. Aún no lo he terminado, por lo que solo puedo recomendarlo hasta donde he leído. No obstante estoy seguro de que no decaerá en momento alguno.
 
 
En uno de sus capítulos se centra en un aspecto que llevaba tiempo sin tratar en Somos Parte: la energía nuclear. Habla de ella en un contexto psicológico, el más racional que he leído hasta ahora. Sinceramente me ha hecho pensar, y estoy seguro de que a vosotros/as os provocará la misma sensación.
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Yo no quiero vivir en un mundo obligatoriamente perfecto; un mundo donde una fisura, un pequeño despiste, un error de cálculo pueda enviarlo todo a hacer puñetas. Nos hemos acostumbrado al armamento nuclear a base de olvidar que el planeta tiene ya arsenales suficientes como para hacer desaparecer de él toda la vida. Conviene recordarlo de vez en cuando aunque solo sea para evitar que se generalice este acostumbrarse a vivir sobre un volcán que cada vez adquiere nuevos motivos de erupción.
 
Aunque las probabilidades de accidente nuclear grave sean pequeñas, las consecuencias llegado el caso serían enormes, y un riesgo se debe medir no solo por la probabilidad que tiene de que algo pase sino también por la valoración de la magnitud de ese algo. Si me proponen que camine por un alambre situado a veinte centímetros del suelo puede que acepte, aunque ya se que es muy probable que me caiga. Si me proponen en cambio que camine sobre una tabla de diez centímetros de ancha situada a cien metros del suelo diré seguramente que no, porque aunque las probabilidades de que me caiga son mucho menores, lo que me puede pasar si me caigo es bastante gordo. He aquí pues por qué me convencen tan poco las argumentaciones de los hombres de las compañías eléctricas sobre la seguridad de las centrales.
 
La construcción de una centrar hidroeléctrica suele ocasionar accidentes de trabajo, a veces mortales. Esto es cierto y algunos lo han sacado a colación no para exigir mayores medidas de seguridad en las presas, sino para justificar el riesgo de las centrales nucleares. Sin embargo, el accidente de la central hidroeléctrica solo es terrible, y lo es mucho, para la familia obrera afectada. Un accidente de una central nuclear puede afectar y por mucho tiempo a millares de personas, mucho más de lo que incluso la rotura de una presa puede producir.
 
Aquí se pone una óptica de solidaridad mundial. Si el riesgo de accidente en una centrar es del 1%, puedo pensar que las probabilidades de que se produzca en la central que tengo en mi pueblo o en mi comarca son escasos. Pero si dentro de veinte años hay mil centrales nucleares en el mundo eso significa que cada año va a tener el accidente una de ellas. No quiero que esto ocurra.
 
Lo intolerable no es pues el riesgo concreto sino el mundo de riesgo que se nos propone. Un mundo lleno de instalaciones peligrosas, donde el accidente puede aparecer en cualquiera de las fases del proceso. A menudo se habla solo del riesgo del accidente del reactor en funcionamiento, pero hay riesgo desde que empieza la extracción de uranio hasta que los residuos son almacenados.
 
No quiero un mundo obligatoriamente perfecto. Me gusta el trabajo bien hecho, pero encuentro angustioso que sea obligatorio no cometer errores, que nadie pueda dormirse o distraerse porque ello suponga un número elevado de muertes. Un mundo así no puede ser un mundo humano, ni siquiera un mundo de máquinas porque también ellas los tienen. Reclamemos un mundo imperfecto. Es mucho más tranquilo.
 
 

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