martes, 27 de agosto de 2013

Los verdaderos crímenes ecológicos

El Medio Ambiente no es una moda, sino la realidad en donde vivimos más de 7.000.000.000 de personas a lo largo de todo el mundo. Pero lo cierto es que parece que ha sido de un tiempo a esta parte cuando se ha descubierto la importancia del cambio climático, la sobreexplotación pesquera, el efecto invernadero, los residuos tóxicos, la contaminación atmosférica, el crecimiento insostenible, el deshielo de los polos, la multitud de especies en peligro de extinción por la pérdida de sus hábitats naturales, la destrucción de los bosques y el uso de energías finitas. Debe de quedar claro que: quien contamina, paga. Se debe de castigar al responsable de un delito medioambiental.
 
Sin embargo esta conciencia social no se traduce en la práctica, y seguimos contaminando cada vez más sin cambiar de actitud. De hecho los problemas medioambientales le preocupan al 2’1% de los/as españoles/as, y el término Medio Ambiente ni tan siquiera figura en nuestro diccionario (DRAE), donde, al menos, sí que podemos encontrar varias acepciones de ecología: "la ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con su entorno". O bien: "la defensa y protección de la Naturaleza y del Medio Ambiente". En ambos casos se trata de definiciones muy poco precisas si tenemos en cuenta la variedad de actividades, tanto humanas como naturales, a las que afecta la preservación, la conservación y la mejora del Medio Ambiente. Una imprecisión que incluso se ha visto reflejada en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional español.
 
Si a la dificultad de definir qué es el Medio Ambiente le añadimos el calificativo de internacional y trascendemos más allá de nuestras fronteras, el resultado se podría extender ilimitadamente. Sobre todo cuando, en un último término, lo que nos planteamos es analizar si se regulan los delitos relacionados con este ámbito.
 
Como veremos a continuación, al planeta no le falta voluntad, sino fuerzas.
 
 
En 1947, la Asamblea General de la ONU creó la Comisión de Derecho Internacional para promover el desarrollo progresivo de estas normas y lograr su codificación, encomendándole que redactase dos proyectos:
 
- El primero: para establecer una jurisdicción penal internacional (se concluyó casi cincuenta años más tarde, en 1994), dando lugar al denominado Estatuto de Roma por el que se creó la Corte Penal Internacional (CPI).
 
- El segundo: un código de crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad. Se fue desarrollando al mismo tiempo que el primero, hasta que la Comisión lo finalizó en 1996.
 
Mientras que la CPI entró en vigor el día 1 de julio del pasado año 2002, ¿qué ocurrió con el segundo proyecto? Estos fueron presentados por crímenes ecológicos: daños graves al Medio Ambiente causados deliberadamente o por negligencia culpable. Dicha Comisión, en 1994 y 1996 respectivamente, y, una vez refundidos, ampliados y completados por un Comité compuesto por representantes gubernamentales, constituyeron la base de trabajo de la Conferencia Diplomática de Roma.
 
Al refundirse en un solo texto se perdió la ocasión de regular los crímenes ecológicos, que sí fue aprobado por la Comisión de Derecho Internacional en primera lectura, pero que se suprimió en la segunda, y, definitivamente, en el texto final junto a otros delitos internacionales como: el tráfico de estupefacientes, la dominación colonial, la intervención extranjera o el entrenamiento de mercenarios. De modo que, hoy en día, la Corte no está facultada para juzgar ninguno de estos delitos ni, por tanto, los relacionados con el Medio Ambiente.
 
 
Parecía que por fin el Derecho Internacional era consciente de la necesidad de proteger el Medio Ambiente, y que se iba a crear una norma imperativa que considerase al crimen ecológico internacional como delito. Incluso la propia Comisión llegó a calificarlo de innovador y revolucionario en un informe que redactó para la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero finalmente tampoco logró prosperar.
 
En este caso coincidieron diversos factores: la imprecisión con la que se redactaron los conceptos de "violación grave, "importancia esencial" o "contaminación masiva", dando lugar a numerosas dudas sobre su interpretación, alcance y contenido. Al fin y al cabo, ¿qué se considera “grave” o “esencial”? ¿A qué llamamos “masivo”? ¿Por qué se prohibía tan solo la contaminación de la atmósfera y de los mares, pero no la de la Biosfera en general?
 
Cabe destacar la importancia de aquellos principios fundamentales que, en este ámbito, son una necesidad para la comunidad internacional y que se podrían concretar en los siguientes:
 
- Derecho soberano de los Estados para aprovechar sus recursos naturales según sus propias políticas ambientales y de desarrollo.
 
- Prevención y responsabilidad de velar por que las actividades realizadas dentro de su jurisdicción (o bajo su control) no causen daños al Medio Ambiente en otros Estados.
 
- Toda persona debe tener acceso adecuado a la información que dispongan las autoridades públicas sobre el Medio Ambiente.
 
- Responsabilidad e indemnización a las víctimas de la contaminación y de otros daños causados al Medio Ambiente. Aunque, lamentablemente, todos/as sabemos que estos daños no se subsanan con dinero.
 
- Cuando exista peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no debe utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces en función de los costes para impedir la degradación del Medio Ambiente.
 
- Evaluación del impacto ambiental de cualquier actividad propuesta que, probablemente, haya de producir un impacto negativo considerable en el Medio Ambiente.
 
A su vez, estos principios se relacionan con otros que también deberíamos aplicar como: la buena vecindad, la cooperación internacional, el desarrollo de una vez sostenible, o los de cautela y “quien contamina, paga”, que guían en la Unión Europea el sexto programa de acción en materia de Medio Ambiente.
 
En todo caso, como se establece en la Declaración de Río: los Estados deberán cooperar de manera más decidida en la elaboración de nuevas leyes internacionales sobre responsabilidad e indemnización por los efectos adversos de los daños ambientales causados por las actividades realizadas dentro de su jurisdicción. Aunque podríamos decir sin temor a equivocarnos que los Estados están ignorando dicha instrucción.
 
 
Esta conducta delictiva que atenta contra el Medio Ambiente aún no tiene la consideración de crimen ecológico internacional, pero al menos se ha ido evolucionando en ciertos ámbitos locales y regionales, con el apoyo de una incipiente jurisprudencia y del trabajo de la doctrina y de numerosas organizaciones como la Coalición por la CPI (que reúne a más de 800 ONG de todo el mundo).
 
Sus críticas vinieron a recoger la decepción que se sintió cuando los crímenes relacionados con el Medio Ambiente, previstos en los primeros borradores de la Comisión de Derecho Internacional, desaparecieron del texto definitivo.

A pesar de todo, no nos queda más remedio que tener un moderado optimismo de cara al futuro, porque, como suele decirse, la Tierra puede sobrevivir sin la presencia del hombre, pero no al revés.
 

jueves, 22 de agosto de 2013

Las Guerras del Agua

Siempre se habla de la posibilidad en el futuro de las llamadas Guerras del Agua. ¿Pero por qué? Este es un recurso cada día más escaso, no porque disminuya su cantidad en la Tierra, sino porque la población humana no deja de crecer a una velocidad vertiginosa y, por lo tanto, las necesidades de agua también. Pero, además de la cantidad, también existe el problema del lugar: el agua no está siempre donde nosotros/as queremos, y, en lugar de ir hacia ella, hacemos que venga a nosotros/as, por ejemplo con cultivos de regadío en zonas áridas.
 
 
¿Cómo solucionarlo? El hombre ha aprendido a hacer embalses y a desviar cauces. Todos/as conocemos sus desventajas, pero nunca parecemos tener suficiente agua, así que se siguen construyendo más presas, se planean trasvases y similares. En el caso de las aguas que atraviesan fronteras políticas la cooperación se torna imprescindible. En este momento es cuando interviene la diplomacia del agua (según la Organización de Naciones Unidas, existen más de 3.600 tratados en los que se acuerda la explotación de dichas aguas, pero no siempre la colaboración se produce fácilmente).
 
En Turquía se ha llevado a cabo el Proyecto del Sureste de Anatolia (GAP, como es conocido en sus siglas turcas), que consiste en la construcción de 22 embalses y 19 hidroeléctricas, entre otras actuaciones, en los ríos Tigris y Éufrates, que continúan su curso por Siria e Irak.  El GAP ha provocado que el caudal se haya reducido de 40.000 a 11.000 millones de metros cúbicos a su paso por estos dos países, y es previsible una disminución mayor en el futuro, dado que todavía no se han construido todas las presas previstas. Otro ejemplo de falta de cooperación es la Guerra del Agua: conflicto entre Israel y Jordania por el caudal del Jordán durante los años 60, y que terminó con la firma de un tratado entre los dos y la promesa por parte de Israel de mantener un caudal constante para sus vecinos.
 
 
La gestión de las aguas son planes llenos de dificultades, y en estos casos se multiplican. La cooperación y la buena voluntad son básicas, pues se trata de un recurso imprescindible para la supervivencia humana. Existen numerosos casos de colaboración más pacífica, como en el caso del Rin, que atraviesa seis países. Todos ellos han estado de acuerdo en explotarlo, hasta tal punto que solo conserva el 7% del bosque de ribera original.
 
El aumento de los requerimientos de agua y su contaminación hacen que las Guerras del Agua cada día sean más cercanas, a pesar de los tratados de colaboración. Por ello lo prioritario debe ser utilizarla de la forma más eficiente posible.

Natalia Funes
 

lunes, 19 de agosto de 2013

domingo, 11 de agosto de 2013

Playa o montaña

Una pregunta común antes de marcharnos de vacaciones suele ser qué preferimos: playa o montaña. Debido a mi experiencia realizando dicha pregunta he podido comprobar que un alto porcentaje de los/as receptores/as suelen elegir la playa. De hecho yo, al escribir estas líneas, puedo verla desde mi terraza en Calpe (Alicante). Pero, ¿qué tipo de impulso nos llevará a elegirla por delante de la montaña?
 
 
La playa, queridos/as amigos/as, en esta época del año es cuando más deteriorada se presenta. Sobre todo en las costas del mar Mediterráneo las playas están masificadas, con el impacto ambiental que todo ello implica (tanto acústico como por los diferentes residuos que generamos). Ayer mismo, paseando por la orilla pude contar más de veinte bolsas de plástico en tan solo quinientos metros. Y eso solo en la orilla. Y eso en un solo día.
 
Ganas no me faltaban en ese momento de mandar a todos/as los/as responsables a su piso de la ciudad para que continuaran contaminando, de castigarles con un verano sin vacaciones. Pero eso fue ayer; hoy no lo haría, hoy no les dejaría sin vacaciones, hoy he comprendido que arrasar con todo lo bello que conocemos, y que se encontraba aquí antes de nuestra propia existencia, es la verdadera naturaleza del ser humano, y ya me he resignado a la misma. Mientras existamos el aire estará cada vez más contaminado, y lo mismo le ocurrirá al agua. La superficie de los bosques y de las selvas naturales disminuirá hasta extinguirse. Las diferentes especies que pueblan este planeta perecerán bajo la gran mano de nuestra civilización.
 
Por el bien de la Tierra, murámonos todos/as cuanto antes.