sábado, 25 de enero de 2014

Una cuestión de responsabilidad

Aplicado al consumo de la energía, el término eficiencia es sinónimo de modernidad, de seguridad, de garantía y de confianza. Porque al promover un consumo más responsable de la energía nadie está planteando que debamos de renunciar a ninguno de los servicios que nos presta, sino todo lo contrario. La eficacia es la mayor garantía de continuidad, el único camino que podemos emprender para seguir disfrutando de un acceso seguro, estable y constante a la energía. Es decir, a la calidad de vida. Eficacia equivale a consumo sostenible, y ambos conceptos son los que nos abren las puertas del futuro.


Durante estos últimos años hemos venido manteniendo una relación con la energía demasiado frívola y exclusivamente mercantil. "Yo gasto más de lo que utilizo porque me lo puedo permitir", dicen muchos/as, "y además como pago poco es una cuestión que no me preocupa demasiado", acaban afirmando. Bien, ya tenemos pues identificada buena parte del problema. Para acabar de aproximar el mismo al ámbito más personal os propongo una sencilla reflexión: intentad calcular cuánto dinero pagáis al mes de teléfono móvil. Bien. Ahora echad cuentas y pensad cuánto os cuesta llenar hasta arriba el depósito del coche. Bravo. Parece que en ambos casos tenéis una idea bastante aproximada de los costes reales. Sin embargo, ¿y de luz? ¿Sabéis cuánto pagáis al mes o cada dos meses de electricidad? ¿Y de gas? Nah, mucho más sencillo: ¿sabéis si en vuestro hogar se está consumiendo más o menos energía que el año pasado? A la mayoría de vosotros/as os costará calcular dichos costes. No obstante se trata de mucho dinero anualmente, un buen bocado a nuestra economía doméstica, a la que no parecemos darle demasiada importancia.

Durante demasiado tiempo el coste de la energía no ha actuado como un elemento disuasorio para evitar el derroche. En estos últimos tiempos, y a raíz de la crisis económica y al encarecimiento de las tarifas (constantes en nuestro país, por cierto), se ha producido una cierta contención al consumo, pero los datos sobre el malgasto energético continúan situándonos a la cola de Europa. Gastamos más de lo que en verdad utilizamos, y además no nos planteamos ponerle remedio.

No importa el sector que analicemos: desde el industrial hasta el doméstico o el del transporte. Antes que consumidores/as somos derrochadores/as de energía. Y ese es un tipo de lujo que ya no nos podemos permitir, entre otras cosas porque cada vez nos va a salir más caro. En ese sentido resultan especialmente reveladoras las palabras del doctor Ramón Folch, impulsor de las tesis de desarrollo sostenible en nuestro país, al señalar que la primera fuente de energía para el futuro inmediato es, simplemente, el consumo razonado de la ya disponible.

Eficiencia para la sostenibilidad, pero también para ganar en competitividad. El índice de Intensidad de Energía Primaria en España, es decir, la cantidad de energía que consumimos para alcanzar nuestros niveles de PIB (Producto Interior Bruto) se encuentra entre los peores de toda la Unión Europea (UE). Entre los ya pasados años 1991 y 2004, y según fuentes del propio gobierno español, ese índice alcanzó en España el 0'24%, muy por encima de la media de la UE, que fue del 0'19%. ¿Qué nos dicen estos datos? Pues que para producir una misma unidad de PIB España gasta mucha más energía que nuestros competidores y socios en la UE. La ineficiencia nos aboca al despilfarro y nos resta desarrollo. Por todo ello, y además de reclamar el impulso decidido a las energías renovables en nuestro país (por mucho que supongan un 'mal menor'), algunas organizaciones ecologistas como Greenpeace requieren la puesta en marcha de medidas de ahorro y eficiencia para alcanzar una reducción del consumo energético en torno a un 3% anual. Y no solo por una cuestión relacionada con el Medio Ambiente, sino también por razones de competitividad.


A partir de ahora el derroche energético se va a convertir en un lujo estúpido. Malbaratar los recursos energéticos y forzar su consumo hasta llegar al agotamiento es una estrategia errónea. Toca organizarnos mejor para razonar cada uso e intentar recortar el gasto en cada punto de consumo. Es una cuestión de responsabilidad.

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