sábado, 1 de marzo de 2014

Perjuicios a todo volumen

La contaminación acústica es una de las principales causas del deterioro ambiental en las áreas urbanas. Una forma de polución que afecta severamente a la calidad de vida de las personas y que altera el equilibrio ecológico del entorno. Sin embargo, como no se puede fotografiar ni captar en imágenes, al no ocupar portadas en la prensa ni abrir informativos de televisión, no genera el mismo nivel de alarma social que otros tipos de contaminación.

Todo el mundo se echa las manos a la cabeza ante un vertido contaminante al mar, ante la imagen de un pantano reseco o ante un bosque en llamas. No obstante no somos capaces de reaccionar de igual modo ante el incesante 'vertido' de decibelios (dB) que, en constante aumento, nos exponen a una de las principales agresiones medioambientales en la sociedad actual.

Los médicos alertan que nuestro oído tiene un límite de tolerancia que se sitúa entre los 50dB y los 60dB. A partir de ahí el mismo empieza a sufrir daños por culpa de la contaminación acústica, pudiendo llegar a ser daños irreversibles.


Vamos a repasar algunos niveles de ruido para saber de qué estamos hablando: se considera silencio un nivel de ruido inferior a los 10dB. El 'tic-tac' de un reloj sonando en la noche emite 12dB, el sonido de la cadena del lavabo se puede acercar a los 20dB y subir la persiana o poner la radio alta puede rondar ya los 50dB. El tránsito sereno de una avenida puede alcanzar los 60dB, pero si en algún momento circula cerca de nosotros/as una motocicleta ruidosa podemos sufrir una primera agresión seria (120dB). Podríamos hablar también de los 125dB que provoca el chirrío de un autobús con falta de mantenimiento, de los 130dB del claxon de un automóvil, de los 150dB de la sirena de una ambulancia o de los 180dB del taladro de una obra, pero nos alejaríamos por mucho de los 200dB que existen en el interior de una discoteca. Para que os hagáis una idea, esto último lo sufriríamos también en plena pista de despegue de un aeropuerto, donde todos/as los/as trabajadores/as están obligados a utilizar cascos de protección para el sonido.

Según los/as expertos/as, a partir de los 90dB los daños provocados por la contaminación acústica se agravan. El oído pierde sensibilidad (para siempre, pues las células sensoriales dañadas no se recuperan), perdemos audición y reflejos, aparecen alteraciones en el sueño y se generan toda una serie de disfunciones que pueden llevar a una considerable pérdida de la calidad de vida.


La Organización Mundial de la Salud (OMS) realizó hace unos años un completo informe sobre los riesgos de la contaminación acústica titulado "El ruido en la sociedad: criterios para una mejora de la salud medioambiental", en el que se alertaba de que, contrariamente a lo que mucha gente cree, la pérdida de la capacidad auditiva (sordera) no es la única afección provocada por la contaminación acústica. Igualmente relacionados con la exposición al ruido estarían el estrés, la hipertensión arterial, las cefaleas crónicas o incluso lesiones más severas relacionadas con diferentes enfermedades cardiovasculares. De igual modo, y según los/as investigadores/as de la OMS, una exposición constante al ruido puede afectar también al correcto funcionamiento del aparato digestivo, provocando úlceras, trastocando el sistema inmunológico y produciendo incluso esterilidad. No menos importantes son los efectos psicológicos de la contaminación acústica en las personas, destacando entre ellos la irritabilidad y la agresividad (el ruido aparece como detonante en numerosos conflictos vecinales, por ejemplo).

Debido a todo ello, los/as expertos/as de la OMS no dudan en calificar la contaminación acústica y los altos niveles de ruido que se alcanzan en las grandes ciudades como una auténtica plaga de los tiempos modernos. Una epidemia cuya única medicina paliativa se basa en el civismo, la responsabilidad medioambiental y el respeto al descanso de los otros. Unas actitudes que solo serán efectivas si devienen colectivas.

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