domingo, 29 de noviembre de 2015

Viva la clase media

Hace una semana, el periodista conocido por todos/as Jordi Évole emitió un curioso programa de Salvados titulado 'Viva la clase media'. En el mismo, además de analizar cuál había sido el desarrollo pretencioso de la denominada 'clase media' en nuestro vocabulario, se lleva a cabo una interesante entrevista al historiador y escritor inglés Owen Jones; con motivo de la publicación de un libro que ha causado bastante revuelo en Gran Bretaña: Chavs: la demonización de la clase obrera.


Como en su día expliqué en un artículo, hablar de ecologismo es hacerlo de política, y para hablar de política hay que ser conocedor de las diferentes clases y estratos sociales que existen. En este programa se trata uno perdido con el tiempo, y que hoy en día se relaciona más con una ideología que con personas de carne y hueso: la clase obrera. Pero está bien, vamos a suavizarlo. Entre nosotros/as la denominaremos 'clase trabajadora'.

Nos es un poco igual, pues también supone una expresión en desuso. Toda la gente encuadrada bajo ese adjetivo ha pasado a llamarse, por parte del Estado y por nosotros/as mismos/as, la clase media. Algo que, analizado en términos económicos, no se corresponde con la mayoría de la población, pues no llegarían a los requisitos que abarca la misma.

La posición del gobierno es clara: divide y vencerás. Se crea la concepción de un porcentaje de la población compuesto por vagos/as y maleantes, a los que el resto desprecia y culpa por la situación económica actual, quizá sin ser los/as responsables de la misma.


Todo ello podría desembocar, según afirma Jones, en la ansiada por muchos/as lucha de clases. Algo que suena al siglo pasado, pero que podría regresar una vez la gente no tuviera algo que perder. Esa es la principal excusa.

Sin más os dejo aquí el enlace para que podáis verlo y opinar. 

domingo, 22 de noviembre de 2015

La erosión antrópica

En Geografía, y más concretamente en Geomorfología, se estudia el proceso de erosión sobre la superficie terrestre; así como los principales agentes que la provocan. Los mismos son diversos, y tienen tanta historia como el propio planeta. Me refiero a agentes como los océanos, los mares, la precipitación, el hielo o el viento, entre otros. Sin embargo, también existe uno relativamente nuevo, pero con un poder de erosión mayor que el que han ejercido durante milenios los nombrados anteriormente. Recibe el nombre de ser humano.


A nadie le pillará por sorpresa este hecho. El Hombre, desde sus inicios, ha tenido un carácter invasor que le ha llevado a mirar hacia abajo. Hacia el suelo. Ese suelo que siempre ha querido conquistar, primero a través de la agricultura (apareció en el Neolítico), y posteriormente a través del urbanismo (también incluyo aquí a la construcción de carreteras).

Las consecuencias de ello no se hicieron esperar. Los niveles de desertización debido a la acción humana se multiplican década tras década. Los incendios forestares, unidos al consumo de madera para papel o para mobiliario, constituyen primero la temida deforestación, y después una reforestación de árboles que crezcan rápido (como, por ejemplo, el eucalipto) con el fin de poderlos volver a talar. No se busca la creación bosques, sino la de 'huertos de madera'.

Pero el papel del ser humano como agente de erosión no consiste solamente en su capacidad de intensificar los procesos naturales; sino en la de introducir modificaciones en las combinaciones de los procesos que tienen lugar en la Naturaleza, favoreciendo precisamente a los más agresivos, con lo que también por ello se convierte en motor de aceleración de la erosión.


La explotación agraria es, sin duda, la causa principal de la erosión antrópica. La primera causante de la degradación de la vegetación espontánea y de la capa orgánica de la tierra (el humus). Naturalmente, la influencia de la agricultura en el deterioro y en la erosión depende de los sistemas agrícolas y de las estructuras agrarias de cada tiempo y de cada lugar, que resultan de una compleja combinación de factores socioeconómicos. Enormes beneficios para unos/as pocos/as se esconden detrás de ellos.

Los avances históricos han incrementado los efectos (el desarrollo sostenible, lo llaman). La agricultura de mercado, especulativa, es mucho más agresiva (y mucho menos saludable, dicho sea de paso) que la tradicional, de subsistencia; y aún lo será más si la utilización de biocombustibles llega a establecerse. Pero claro, también somos cada vez muchas más personas a las que alimentar, por lo que la superpoblación va ligada a este gran problema.

Gran problema el que concierne a aquello donde pisamos, y de donde a su vez y en su día nosotros/as mismos/as salimos. Somos pues los/as responsables de ello, y más nos conviene encontrar una solución al respecto.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Me gustan las bienvenidas

Ya ha pasado más de un año desde aquel pasado 8 de julio del 2014 en el que decidí aparcar esta iniciativa. En aquel último artículo, que queda justamente debajo de estas líneas, decía que, después de más de tres años escribiendo más de 160 artículos, se me habían acabado las ideas a la hora de seguir haciéndolo.

Era cierto. Y no porque hubiera abandonado mis convicciones, sino porque pensé que todo tenía su tiempo, y que además no disponía del suficiente apoyo (ni siquiera del mío propio, sobre todo del mío propio) para continuar con Somos Parte.

Hoy, más de un año después, retomo la práctica de dichas convicciones. Llego con ánimos de poder analizar la situación ecologista, y por tanto política, que rodea actualmente a España y al resto del mundo. Muchas cosas que contar han ocurrido desde entonces. Prometo que las mismas no quedarán en el tintero.

Como podréis observar a la derecha, he vuelto a dar de alta un perfil de Twitter, así como mantener la cuenta de correo electrónico. Estaré encantado no solo de poder atenderos a través de este medio, sino también en cualquiera de ellos.

En aquel último artículo recibí vuestros ánimos como nunca antes los había sentido. Espero contar con ellos de nuevo, con un carácter perpetuo, para poder lograr nuestro objetivo.

Porque todos/as somos parte.