viernes, 4 de marzo de 2016

Entrevista a Daniel Fernández

Pocas entrevistas serán tan placenteras como la que presento a continuación:

Se la realizo a Daniel Fernández: licenciado en Periodismo y en Ciencias Políticas. Máster en Análisis Político y, actualmente, doctorando sobre el Amor en la Teoría Política. Cinéfilo y lector empedernido, cinturón negro de taekwondo, jugador (porque es un juego) de baloncesto, amante de los paseos y de los vinos oportunos, etcétera. Pero, sobre todo, también un gran amigo.

Espero que os guste.
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Como hay confianza, Daniel, vamos directamente a por las preguntas.

Somos Parte

Además de politólogo, ejerciste el periodismo tanto en Público como en 20 minutos. Supongo que lo sabrás, pero dicho oficio es uno de los peor valorados por la sociedad actual. ¿A qué crees que se debe?

Daniel Fernández

En primer lugar, Mario, gracias por tu preguntas. Es un placer responderlas.

En efecto, según las encuestas de los últimos años el periodismo es un oficio mal valorado por los españoles. Sin embargo, son valoraciones extraídas de cuestionarios que no admiten puntualizaciones. Recientemente, he sido entrevistado por Metroscopia sobre el panorama político y las preguntas solo admitían una respuesta sobre un abanico de cuatro opciones posibles, en el mejor de los casos, por lo que resulta atrevido aventurarse sobre realidades encriptadas estadísticamente.

No obstante, voy a intentar ofrecer una explicación que, adelanto, será incompleta.  

En mi opinión, los ciudadanos perciben en los periodistas un ánimo no de revelar, sino de imponer; no de ilustrar, sino de persuadir. Es una afirmación de trazo grueso y, por lo tanto, injusta, pero es un fenómeno presente a diario: pensemos en Federico Jiménez Losantos diciendo en antena que abriría fuego contra integrantes de Podemos si llevara un arma; en el uso fraudulento que el gobierno de Esperanza Aguirre hizo de Telemadrid, del que hemos sido puntualmente informados en fechas recientes; o en las vergonzantes portadas de multitud de periódicos (focalizar en uno sería indecoroso, porque todos han faltado con mayor o menor gravedad a la verdad, independientemente de su signo) publicados en España. Ello se debe no solo a una motivación ideológica, ya que es notorio que los medios pertenecen a empresas con una línea editorial que los comunicadores deben seguir, sino además a que la información se vende. Ello implica que, en un número de oportunidades peligrosamente alto, todo vale a la hora de lograr visitas, audiencia o venta de diarios. Es una práctica dudosa, pero se intenta justificar arguyendo que los medios son firmas que deben generar dinero para sobrevivir. Y en los entes públicos, que perviven gracias al dinero estatal, la intromisión no es menor, ya que los poderes gubernamentales intervienen sin reparo en ellos con el fin de orientarlos en la dirección del partido de turno.

En el instante en que la alternativa a generar ganancias es morir, la libertad de ejercicio se pierde. Por ahí, el sector aún no ha encontrado un modelo que permita la viabilidad del medio al tiempo que protege su independencia y buen hacer, de la misma forma que no ha generado una protección contra la intromisión del espectáculo en la información (diríamos con razón que lo ha incorporado gustoso, viendo el aumento de las audiencias que reporta), una perversión de primer orden. Y, dado que la presencia del capital es conditio per quam, la inercia rema a favor de una concentración mediática mayor, por lo que la pluralidad se verá exponencialmente afectada en los próximos años. 

Finalmente, intuyo que, en plena crisis, es natural que la percepción de la realidad se torne especialmente crítica y pesimista. Los periodistas, integrantes de tal realidad, son objeto del juicio severo de los ciudadanos.

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Quizá la mala fama debería de atribuirse al medio antes que a la persona, ¿no crees? Existen casos de coacción hacia el periodista a la hora de publicar y de interpretar un artículo, que siempre será de carácter subjetivo.

Daniel Fernández

En última instancia, la responsabilidad recae sobre el responsable, o así habría de ser. Ahora bien, atendiendo a la valoración del periodismo entre la población, es fácil saber quiénes son Matías Prats, Paco González o Eduardo Inda, pero los nombres de los que realmente operan en Antena 3, la Cadena Cope o el diario EL MUNDO, por decir tres medios al azar, son opacos. La lectura de Traficantes de información, de Pascual Serrano, es reveladora al respecto.   

Por mi parte, extraño la presencia de periodistas juiciosos y con sentido común. Afortunadamente, siempre hay excepciones, por ejemplo, Iñaki Gabilondo. Es un hombre con afinidades, igual que todo ser viviente, pero sus observaciones proceden de una reflexión calma y experimentada, por eso sus intervenciones generan la impresión de sembrar silencio entre el ruido. Valoro especialmente su mirada, porque se aparta de la voluntad de enfrentamiento imperante y opta por proyectar luz en un tiempo – digámoslo – en el que predominan las sombras.

A los interesados en un análisis reposado y sabio de la realidad periodística de hoy día (¡qué injusto reducirlo a lo periodístico!), remito al discurso de recepción del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2014 por parte de Ramón Andrés, accesible en Internet. Una joya.

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Cazadores de noticias como mercancía, parece. La Ley Orgánica de Protección de Datos (LOPD) vela por la privacidad individual de las personas, aunque posteriormente las mismas no duden en hacerla pública a través de las redes sociales. ¿Dónde se encuentra esa fina línea que separa el derecho a la información con el derecho a dicha privacidad?

Daniel Fernández

Sin la reflexión profunda que requiere y sin una formación jurídica óptima, diría que desde el punto de vista del interesado la clave es su voluntariedad de ser mostrado públicamente, al tiempo que desde la perspectiva del ciudadano el punto es la necesidad de ser informado de temas de relevancia pública. Son dos premisas difíciles de conciliar, de ahí que existan juristas que han elaborado leyes con el objetivo de lograrlo.

Hay ejemplos ilustrativos de la dificultad de responder a tu pregunta, Mario. Pienso en un episodio reciente en el que Francisco Rivera Ordóñez se hizo fotografiar toreando con su hija de cinco meses en brazos, imagen que después subió a las redes sociales y por la que ha sido llamado a declarar frente a la Fiscalía del Menor de Sevilla. De un evento privado se pasa a su publicitación y de ahí a un problema político, ya que una instancia pública se ha visto obligada a intervenir.

Las redes sociales han inaugurado un espacio al que aún no hemos tomado la medida, apenas hemos empezado a entender sus implicaciones.

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En la política, esa información siempre será un punto a favor (transparencia, le llaman). Buscamos continuamente a personas modélicas que prediquen con el ejemplo, que nos representen. ¿Es posible que queramos que tengan todos esos principios que a muchos de nosotros nos faltan? ¿Existe el político perfecto?

Daniel Fernández

El político perfecto es toda persona interesada en lo público y que goce de la facultad de involucrarse en ello (en nuestros tiempos, es preciso puntualizarlo). El origen de la democracia es la participación, sin embargo, hoy se ha instalado la lógica de la representación, según la cual una serie de personas administran los asuntos de la ciudadanía. Es una ficción sobre la que Hanna Pitkin reflexionó brillantemente: representar es hacer presente una ausencia. Y los ausentes, sobra decirlo, somos nosotros, los ciudadanos. Decía Cornelius Castoriadis, un pensador político de altura, que “a gobernar se aprende gobernando”, de lo que podemos inferir que se nos ha extraído la posibilidad de aprender a gestionarnos, salvando los espacios próximos y reducidos que siguen permitiendo la intervención ciudadana.

La representación, además, se ha blindado: el mandato representativo ha reemplazado al imperativo, que permitía revocar del cargo a un representante público si la ciudadanía decidía que así debía ser. Han atrancado el cerrojo y después han tirado la llave. Por cierto, recientemente he escuchado a Felipe González decir que el mandato imperativo es una idea de Hugo Chávez, cuando en realidad su origen se remonta a la Revolución francesa. Es verdad que Chávez lo introdujo en Venezuela a nivel local, pero la intención del expresidente español era plantear un paralelismo entre el chavismo y los postulados de Podemos.          

Han existido varias líneas de pensamiento que han reflexionado sobre la naturaleza de los representantes. En la pregunta aludes al gobierno de los mejores, una tradición que viene de la aristocracia teorizada por Aristóteles (solo que los aristoi no representaban a otros que no fueran ellos mismos) y que ha experimentado un largo recorrido en Europa. Sin embargo, los mejores no son mayoría, de ahí que se originara una línea opuesta que planteaba que el representante debía asimilarse al representado. Pablo Iglesias, cuando recuerda que compra su ropa en Alcampo, alude intencionadamente a dicha corriente.

Teorías a un lado, es natural que se exija a quien va a llevar las riendas de la política de un Estado que reúna atributos positivos, seamos portadores de ellos o no.

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Como ya pregunté a Rosa Martínez cuando le entrevisté, una cualidad que en general sí les falta es la conciencia ecológica. Debate que se obvia y que juega claramente en nuestra contra. No tiene un tirón sensacionalista (electoralista), ni se puede apreciar a corto plazo. No se escucha en las noticias. ¿Qué crees que ocurre, Daniel?

Daniel Fernández

Es una cuestión de hondura porque alude a nuestra percepción de la naturaleza, y hablo en términos de especie. No nos reconocemos parte de ella, sino que la hemos plegado a nuestras urgencias; no nos sentimos en un hogar al que cuidar, sino en un espacio que debe procurarnos lo que pidamos, rebasando incluso sus límites. El ser humano se ha escindido de la naturaleza, ya por aires de grandeza, ya por olvido, ¡qué bien nos lo recuerda Yann Arthus-Bertrand en sus documentales! Hoy ya no somos habitantes de la Tierra que viven en armonía con el resto de especies animales y vegetales, somos su carcoma.

Estoy de acuerdo contigo en que no se entiende que el climático es un problema que requiere ser afrontado rápidamente. Pienso con amargura que solo lo enfrentaremos cuando el globo se infarte del todo. Nos imagino igual que el fumador que, después de desoír las advertencias de su médico, solo abandona el tabaco después de una angina de pecho. Aun así, temo que seguiríamos fumando.

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Algo que sí ha favorecido al Medio Ambiente es el cine. ¿O ha sido al revés?

Daniel Fernández

El cine se relaciona con la realidad, y el medio ambiente es parte de ella. Entre ellos existirá siempre una relación recíproca: el cine ayuda a dar visibilidad a las maravillas y miserias de la naturaleza, de la misma forma que ésta obliga a aquél a explorar espacios y formas de rodar nuevas. Grandes películas han hecho del medio ambiente un protagonista inexcusable: La princesa Mononoke o Fitzcarraldo, por ejemplo; o, sin irnos lejos, El abrazo de la serpiente, una obra colombiana estrenada recientemente en España.

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Muchos son los documentales y las películas que tratan de crear conciencia. No obstante, a la vez también tratan de generar cierta riqueza hacia quienes los realizan y producen. ¿Nos hallamos ante una posible contradicción? ¿O acaso el capital y el ecologismo están destinados a ir de la mano?

Daniel Fernández

Dudo que los documentales y las películas sobre naturaleza generen cantidades ingentes de dinero, con las debidas excepciones (pienso en Una verdad incómoda, que fue un éxito), por lo que imagino que los realizadores no se han enriquecido especialmente con ellas. Aun así, no veo una incoherencia, pongamos, en que Sean Penn hiciera dinero con Hacia rutas salvajes si con ella hizo cuestionarse a miles de personas sus hábitos de vida. Y no digamos si solo una de ellas llegó efectivamente a cambiarlos, ¡sería una victoria! Igual podríamos decir de otros documentales relevantes en los últimos tiempos: Earthlings, Human, Zeitgeist...

El problema no es la recaudación de la taquilla o el sueldo que han percibido los directores por una obra, sino las grandes corporaciones que explotan tierra, mar y aire; los gobiernos que no interceden para que revertir la emisión de gases peligrosos; el crecimiento incontrolado de la población mundial; la desigualdad entre continentes, países y personas; la irreflexión sobre nuestro consumo y el gasto que producimos, etc.

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Si consideramos al cine como medio de información, y con ello lo podemos relacionar al periodismo, ¿por qué los artistas gozan de tan buena salud mediática? Los circos, bien lo sabes, son bastante parecidos.

Daniel Fernández

Periodistas y artistas plasman y recrean la realidad, nos forman para afrontarla, no obstante, sus intenciones y prácticas son impares.

Los periodistas informan, valga recordarlo, con una vocación de inmediatez. El resultado es que, un segundo después, la noticia ha sido suplida por otra nueva. Es un proceso infinito, al tiempo que espurio, ya que nos obligaría a invertir un tiempo ingente de nuestra vida en informarnos sobre un evento que al día siguiente será caduco. De ahí que en las facultades de Ciencias de la Información, con razón, se advierta insistentemente de los peligros de la burbuja de información que hoy se alimenta a diario. 

El arte, sin embargo, posee vocación de permanencia y se dirige al espíritu. El arte nos pregunta, nos amplía, nos explora. No hay una obra que reemplace a otra, todas son imprescindibles y únicas. Estoy con Andrei Tarkovski cuando, en su Esculpir el tiempo, y cito de memoria, afirmaba que la obra artística verdadera ha de enfrentarse a la naturaleza humana.

En mi opinión, el periodismo, a fuerza de ahitarse, ha incrementado el ruido, y no pierdo de vista que es un oficio imprescindible –no en vano, los periodistas ayudan a formar nuestra memoria desde que en el siglo XVII se fundó el primer diario en Suecia–. Sin embargo, el arte viene a hacernos personas, nos invita a introducirnos en nosotros mismos, a decirnos, según iniciaba Søren Kierkegaard su Tratado de desesperación, que somos fundamentalmente espíritu.   

Honestamente, ignoro si los artistas reciben un trato especialmente amable en los medios. Sería un cuidado bien recibido, desde luego, pero observo, especialmente en la televisión, que se reserva un espacio mayor al deporte y la prensa rosa, por decir dos ejemplos, que al arte, sea del tipo que sea. Siempre hay reductos (Días de Cine, Radio Clásica, El Cultural…), pero son minoría.

Somos Parte

Los filósofos también suelen recibir buenas opiniones, aunque a menudo por 'postureo' más que por conocimiento. Platón o Aristóteles, por ejemplo. No obstante, ambos defendían a la aristocracia como forma de hacer política, pues la definían como “el gobierno de los mejores”. En cambio, pensaban que la democracia era “el gobierno de los pobres”. ¿En qué crees que se equivocaban, si es que lo hacían?

Daniel Fernández

Existe un término, probablemente menos célebre que el resto, usado por los antiguos griegos para designar peyorativamente al gobierno de la mayoría, la oclocracia, que vendría a traducirse por el gobierno de la muchedumbre o del populacho.

Platón y Aristóteles son fundamentales en el pensamiento occidental, es indiscutible, pero no olvidemos que Platón vio cómo la democracia llevó a la muerte a su maestro, episodio que marcó su pensamiento: el juicio de Sócrates es a la vida de Platón lo que el nacionalsocialismo a la de Hannah Arendt, por recordar un ejemplo reconocible. Basta decir, ya que no es lugar de profundizar en su teoría política, que Platón no fue un demócrata. Aristóteles, por su lado, vino al mundo cuando la democracia griega ya era un régimen extinto, es decir, su idea de lo que fue la política en la Atenas de la segunda mitad del siglo V a.C. vino formada en gran medida por la visión de su maestro en la Academia.

Hoy, viendo quiénes mueven los hilos del poder y a quién se expulsa del sistema, temo que la democracia es más el régimen de los ricos que de los pobres.

Somos Parte

Mi profesor de Prehistoria nos contó que, en una conferencia, alguien propuso la pregunta de si el ser humano no había evolucionado demasiado, hasta el punto de poner en riesgo a su propia especie. El político John Fitzgerald Kennedy dijo lo siguiente: “la democracia es una forma superior de gobierno, pues se basa en el respeto del hombre como ser racional”. ¿Confundimos raciocinio con ego?

Daniel Fernández

Pienso que no es un problema de evolución, un planteamiento afín a la idea progreso, sino de entendimiento de la humanidad, el nombre abstracto que igualamos con “benignidad, mansedumbre, afabilidad”, según el Diccionario de la Real Academia. El ser humano no es solo benigno, manso y afable: es cruel, mísero y cobarde, de forma que si se pone en peligro a sí mismo es precisamente por su humanidad. Hablando del ego, Sigmund Freud escribía en El malestar en la cultura que los hombres no son únicamente buenos o malos, sino que son buenos y malos según la circunstancia. Y llevaba razón, por peligroso y reduccionista que sea el uso de tales categorías. Pienso que es urgente darnos cuenta de ello, fomentaremos el entendimiento y evitaremos el incumplimiento de expectativas.

Ahora bien, una vez que la humanidad implica aludir también a los rasgos oscuros de la naturaleza humana, es preciso controlarlos y fomentar las cualidades amables, qué duda cabe.

Occidente ha encontrado en la razón al katejon de las pasiones, una premisa aventurada por lo que olvida en el camino, pero viene con nosotros, al menos, desde los griegos. La democracia se ha alimentado de la razón, es innegable, pero ha sido igualmente nutrida por los afectos, desde la philía de Aristóteles al amor político teorizado en nuestra época por Martha Nussbaum. Por ello, diría que la segunda parte de la frase de Kennedy, a mi juicio, es más un planteamiento sesgado que un final certero a una máxima perdurable.

Queramos o no, el ser humano es finitud e inmortalidad; deidad y criatura; gracia y miseria; duda y certeza; carne y espíritu; razón, pasión y fe. El destino de los hombres es ser límite, según explicó Eugenio Trías, una de las presencias añoradas de nuestro país. Somos el pozo mirando fijamente al cielo de Fernando Pessoa. Es misión de todas las generaciones intentar que el bien prime sobre el mal, de otra forma llegaríamos a una realidad peligrosamente próxima a la que vivimos hoy.


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Lo dicho, ha sido un auténtico placer.